Yokoso Japan! – No digas magnífico hasta que hayas visto Nikko
Yokoso Japan! – No digas magnífico hasta que hayas visto Nikko
El segundo día de nuestra aventura nipona nos levantamos muy pronto y salimos del hotel sobre las 05:00hrs. Teníamos que pillar el primer tren, el que partía a las 06:20hrs. de la estación de Asakusa (pronunciado con acento en la segunda sílaba). 😉
Según el plan original íbamos a tener tres días completos para hacer turismo que, como expliqué en la entrada anterior, quedaron reducidos a uno y medio, por lo que ese miércoles tuvimos una agenda muy apretada: visitar Nikko, cambiar de hotel — a uno más cercano a la zona del torneo — y asistir a un espectáculo del Cirque du Soleil cuyas entradas habíamos comprado con mucha antelación. Sé que contado así no parece ser tanto, pero las distancias eran largas y no había margen para el error, así es que antes de que se asomase el sol ya estábamos en el metro cargados con nuestras maletas.
En Japón, tanto el metro como el tren son parte fundamental en la vida de los locales, quienes a diario se desplazan largos trechos; por lo que hay consignas en absolutamente todas las estaciones. Menciono esto para que comprendan la conveniencia de salir con el equipaje y dejarlo en una estación intermedia y no dejarlo en el hotel como habría cabido esperar.
Una vez libres de estorbos y con los billetes de tren en mano decidimos salir a la caza de un sitio donde desayunar. A esa hora de la mañana los restaurantes aún estaban cerrados pero teníamos un as bajo la manga: las tiendas de conveniencia. Al igual que las máquinas expendedoras de refrescos y las consignas, este tipo de establecimientos son omnipresentes en todo Japón. Hay uno en cada esquina y venden casi de todo: artículos de aseo personal, libros y revistas, fruta, platos preparados fríos (sushi, onigiri) o calientes (cha siu bao, pollo frito, salchichas, carne), comida instantánea (sopas, fideos y curry en vaso), aperitivos y todo tipo de bebidas (a mí me encantó una gelatina energética para beber, ¡buenísima!).
Supongo que con tantas cosas sabrosas a la vista «llenamos los ojos antes que el estómago» y compramos reservas de sobra. Yo probé el curry en vaso, Carlos una sopa de fideos y un cha siu bao y Maleny y Raül (nuestros compañeros de expedición en este viaje) compartieron un plato de sushi. Para cerrar el banquete matutino, bebidas y unos cuantos onigiris surtidos. 😉
La idea era disfrutar de las delicias en el tren, pues el tiempo apremiaba. He de admitir que al principio me daba un poco de vergüenza, pues sé que los japoneses son muy observadores de las reglas, pero cuando vi a un par de locales haciendo lo mismo, me relajé.
Dato: Antes de subir a un tren en Japón es importante fijarse no sólo en el destino sino también en el número de vagón ya que es muy común que en cierto punto del camino los trenes se desprendan de algunos vagones y terminen el recorrido en puntos diferentes.
Una vez que tuve la panza llena me distraje viendo el paisaje citadino hasta que me quedé dormida. Abrí los ojos mientras atravesábamos una zona montañosa, con cultivos, picos nevados y mucha niebla; habíamos dejado la prefectura de Tokio para entrar a la de Tochigi, donde está Nikko.
Ya sé que los preámbulos de mis historias son muy extensos, pero con tantos detalles a mi alcance y tantas sensaciones nuevas invadiendo mis sentidos, no puedo evitar querer compartirlas. ¡Ahora sí, a empezar con la historia de este bello lugar! 😉
Nikko, que literalmente significa «luz del sol» es una ciudad ubicada en la prefectura de Tochigi y en la cual se encuentra un complejo de templos de alto atractivo religioso y turístico (sobre todo local), que como comenté antes, fue declarado patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1999 y que era el objeto de nuestra visita esa mañana.
Estando en una región montañosa y siendo relativamente temprano (08:20 hrs.) hacía bastante más frío que en Tokio. Salimos de la estación y tomamos el autobus que nos dejaría cerca de la entrada del conjunto sagrado.
En nuestro recorrido cruzamos el puente Shinkyo, sobre el río Daiya. Según cuenta la leyenda, el sacerdote budista Shodo Shonin —fundador del primer templo de Nikko—atravesó el río sobre el lomo de dos serpientes, una roja y una azul, que luego se entrelazaron para formar una estructura que él pudiese cruzar. Esta pasarela es una de las estampas más fotografiadas de todo Nikko.
El pensamiento que me invade cuando veo los santuarios orientales —además de que son construciones impresionantes— es que los devotos deben esforzarse, en el sentido literal de la palabra, para presentar sus respetos a sus deidades. Al menos los pocos que conozco se encuentran en zonas montañosas y de no fácil acceso, por lo que para llegar hay que subir cuestas e innumerables escaleras, ¡una auténtica peregrinación!
El acceso al recinto es por supuesto imponente: el torii de entrada, los edificios en colores vibrantes (rojos, azules, verdes), ornamentos en pan de oro, una pagoda de cinco plantas y todo esto en medio de una abundante vegetación y árboles kilométricos coronados con un cielo completamente azul… ¡Un manjar para los ojos!
Antes de entrar, como turistas respetuosos, pasamos por la taquilla. El conjunto monumental de Nikko consta de cuatro templos: Toshogu, Taiyiun-byo, Futarasan y Rinnoji. Vendían dos tipos de billetes: uno de 1300¥ que daba acceso total al primero de los templos (donde está la tumba de Ieyasu: fundador y primer shogun del shogunato de Tokugawa) y otro de 1000¥ que permitía acceder a los cuatro templos, salvo que en el de Toshogu había que pagar 520¥ extra para visitar la tumba de Ieyasu atravesando la puerta del nemuri neko (gato dormido).
Nos decantamos por el segundo tipo de billete y empezamos nuestra visita con el templo Toshogu; e hicimos bien en comenzar por allí, ya que es la parte más elaborada e impresionante de todo el conjunto. De hecho, el nombre de esta segunda entrada sobre mi viaje a Japón, se deriva de un dicho popular que reza «No digas magnífico hasta que hayas visto Nikko» y que debe su origen en gran parte a la opulencia de este santuario.
Un poco de historia: La dinastía que fundó Tokugawa Ieyasu dirigió el país durante dos siglos y medio desde Tokio, que en aquel entonces era conocida como Edo. Tras su muerte y siguiendo sus deseos, fue enterrado en Nikko, sitio donde años más tarde su nieto Iemitsu inició la construcción de un conjunto de templos alrededor de su tumba, creando así lo que hoy se conoce como Toshogu.
En algún sitio leí que la complejidad de Nikko contrasta mucho con la mayoría de los otros espacios sagrados de Japón, que tienden a ser más austeros, aunque no por ello menos impresionantes; supongo que es lo que merece la persona que trajo un gran periodo de paz a un país que se encontraba inmerso en guerras civiles.
Como dato curioso he de contar que es en este templo donde se encuentra el famoso relieve de los tres monos sabios (los que no oyen, dicen, ni ven maldad). Para mi sorpresa, se trata de una escultura muy pequeña ubicada sobre los muros de los establos sagrados del santuario y mimetizada con otras figuras de monos en diversas poses y situaciones.
Otro monumento a destacar en este templo es la puerta Yomeimon, muy elaborada y decorada con relieves de hojas, flores y animales (reales y mitológicos). En una guía que tenía Raül ponía que al tratarse de una puerta tan perfecta se temía que los espíritus tuviesen envidia e intentasen atravesarla, por lo que en un intento por evitar que se colasen en el santuario de Ieyasu, colocaron una de las columnas de la cara interior del revés restándole así perfección.
La siguiente parada obligatoria fue la parte del templo que preside el famoso gato dormido (nemuri neko), un relieve que se supone representa un mundo pacífico, debido a la tranquilidad que muestra el felino.
Aquí empezaba el peregrinaje hasta la tumba de Ieyasu. No recuerdo cuántos, pero puedo asegurar que fueron muchísimos los escalones que tuvimos que subir para llegar, ¡un buen ejercicio!
En cada templo siempre hay pequeñas tablas de madera en las que se pueden escribir deseos, mensajes o pensamientos que se cuelgan hasta que se cumplen. Entiendo que los japoneses son muy dados a creer en la lectura de la fortuna, por lo que además de las tablas habían cajas repletas de pequeños sobres con la suerte escrita. El interesado debía dejar una moneda de 100¥ y luego meter la mano en la caja y sacar un sobre. Fue aquí, a unos metros de la tumba de Ieyasu, que Carlos sacó mi suerte… Aunque como estaba enteramente en japonés no me enteré de lo que ponía hasta días después que una conocida me dijo: tu vida va muy bien, así es que para que haya balance, tendrás problemas con tu pareja o en el trabajo, ¡vaya mala suerte! Me aconsejaron que lo tirase, pero la verdad es que lo conservé, ¡sólo espero que no se cumpla! 😉
Algo que llamó poderosamente mi atención (aunque luego pensé que en la religión católica el proceso es similar) es que la oración está estrechamente ligada con el dar dinero; frente a cada altar sagrado hay una especie de urna muy grande con rejillas triangulares en la parte superior, donde los que se acercan a rezar arrojan monedas. Esto se puede hacer desde cualquier punto de la estancia y la idea es que suenen al caer dentro. Supongo que se podría hacer un ligero paralelismo con el encender velas a los santos, para lo cual en general hay que ofrecer un donativo.
Como consumimos mucho del tiempo conociendo este templo, aligeramos el paso en la visita a Futarasan, para dedicar algo más a Taiyuin-byo, el mausoleo de Iemitsu, nieto de Ieyasu. La decoración de este templo es menos ostentosa que la del de su abuelo debido al propio deseo de Iemitsu, y todas sus estructuras están orientadas hacia Toshogu como una muestra del respeto y admiración que sentía por su antecesor.
Fue aquí donde encontré mi primer kirin. Al entrar había leído que por el conjunto habían distribuidos 49 relieves de kirin (animal mitológico con cuerpo de venado, cola de vaca y cabeza de dragón) y hasta el momento no había encontrado ninguno.
Tras subir y bajar muchas escaleras, hacer cientos de fotos y varias horas entre templos y naturaleza, decidimos salir y buscar un sitio donde comer. Entramos en el restaurante que nos pareció más auténtico. Yo pedí un curry con arroz blanco y tonkatsu (cerdo apanado) que estaba muy bueno. El resto de la mesa ordenó tempura con sopa miso y arroz blanco y una vez más, con la panza llena nos dispusimos a volver a Tokio.
Dejaré el relato aquí por hoy, esperando que haya sido de su agrado. Hasta la próxima entrega y ¡sayonara!
Marilyn Dieguez
¡No se cumplirá! Todo irá bien…
Natalie Jurado
Jajaja, ¡confío en que será así!
Yokoso Japan! – Despedida y buenos recuerdos | El perro viajante
[…] en mano, decidimos partir hacia el primer punto de la visita: Asakusa. Si leyeron el relato de Nikko, el nombre Asakusa les será familiar. Este barrio de Tokio, muy visitado por locales y […]
Julio Maeda
Muchas gracias por contarnos tus experiencias con lujo de detalles, y no por eso menos amena.
Un abrazote!
Julio Maeda
….realmente me gustó leerte, te expresas muy apasionadamente e incitas a que uno quiera estar en ese lugar.
otro abrazote! (^o^)
Natalie Jurado
Hola Julio;
Muchas gracias por tus comentarios, me alegro mucho de que hayas disfrutado de la historia. Definitivamente te recomiendo ir, es un lugar maravilloso.