Conociendo Marruecos: Meknès
Conociendo Marruecos: Meknès
Tras día y medio de descubrimiento y de mucho calor, en Moulay Idriss y en Volubilis, nuestro plan de viaje nos llevó en un grand taxi al siguiente destino de nuestra visita marroquí: Meknès.
Esta ciudad del interior de Marruecos, una de las cuatro ciudades imperiales del Reino, vivió su apogeo durante el gobierno del sultán Moulay Ismail, quien trasladó allí su capital en 1675 y erigió algunos de los monumentos históricos y religiosos más bellos de la ciudad, que junto con muchos otros, llevaron a que en 1996 la UNESCO declarara a Meknès Patrimonio de la Humanidad.
Nuestro reconocimiento de la ciudad empezó en la céntrica Plaza el Hedim, que además de albergar cafés, restaurantes y vendedores ambulantes, limita a un lado con la ciudad imperial y la imponente Bab el Mansour, una de las más bellas puertas de Marruecos, y al otro con la medina o ciudad antigua, donde los artesanos, como si se tratase de un viaje en el tiempo, siguen desarrollando pausadamente sus oficios a la manera tradicional.
Como el riad (casa tradicional marroquí restaurada y convertida en hotel) donde nos quedamos está ubicado en el corazón de la medina de Meknès, nos adentramos en el laberinto que componen las estrechas y enrevesadas callejuelas, hasta llegar a la Maison d’Hôtes Bahia.
He de decir que en este viaje, Carlos se esmeró especialmente en la elección del alojamiento. Cada sitio parecía ser mejor que el anterior, aunque todos tenían como común denominador el ser regentados por personas muy amables, llenos de curiosidad por el mundo que los rodea y dignos exponentes de la hospitalidad marroquí.
Así, mientras tomábamos un delicioso té de menta de bienvenida sentados cómodamente en un sofá con vistas al patio interior, la propietaria del riad se sentó a conversar con nosotros y al ver los pasaportes, nos contó que era la segunda ocasión que hablaba con panameños, ya que hace dos años había alojado allí a otros compatriotas; que a ella y a su marido les gusta viajar mucho y que el próximo viaje en miras sería a Argentina, donde vive una de sus hijas.
Este tipo de experiencias me parecen fascinantes, ya que además de permitirnos practicar nuestro francés, nos permiten comprender un poquito mejor la forma en que se vive la vida en otros sitios del mundo.
Tras dejar el equipaje en la habitación y darnos una vuelta por la terraza para echar un vistazo al panorama, empezamos nuestro descubrimiento. El plan original era volver a la Plaza el Hedim para tomar algunas fotos de Bab el Mansour, pero el calor era tan intenso que preferimos adentrarnos en la medina que debido a sus calles estrechas y edificios apiñados goza de bastante sombra y frescor.
Como era viernes por la tarde, la mayoría de los establecimientos comerciales estaban cerrados, casi no habían vendedores ambulantes y tan solo un puñado de artesanos se dedicaban calmadamente a sus actividades. Caminamos un rato hasta que, junto a unas chicas que “tejían” esmeradamente un tatuaje de hena en los brazos y pies de una entusiasmada clienta, nos encontramos con el mausoleo Cheikh El Kamel, hogar de la tumba de El Hadi Benaïssa, fundador de la cofradía Aïssaoua. Como no somos musulmanes, no se nos permitía la entrada, pero desde fuera pudimos apreciar la belleza de su patio interior mientras escuchábamos cómo algunos fieles interpretaban salmos y música espiritual, por la que son famosos. Algunos de los aspectos polémicos de esta hermandad son los rituales de auto-mutilación, su supuesta inmunidad a las picaduras de serpientes o la ingesta de vidrio y escorpiones.
Al alejarnos del mausoleo, volvimos a adentrarnos en las callejuelas de la medina hasta toparnos con la Madraza Bou Inania, que lastimosamente estaba cerrada, lo que nos obligó a volver al día siguiente. Una madraza es un instituto de teología, donde antaño, los jóvenes aprendices acudían a estudiar la interpretación del Corán y que destacan por su belleza ornamental.
Esta madraza en particular, es famosa por su decoración en mosaico y por la perfección del tallado de la madera y del estuco. Gira en torno a un patio interior con una fuente de mármol en el centro y consta de dos plantas con 26 habitaciones donde se alojaban los aprendices. Estuvimos aproximadamente una hora dentro de este edificio, alejados del bullicio de la medina, respirando tranquilidad, recorriendo una a una cada habitación y maravillándonos con el trabajo de los artesanos que detalle a detalle, trazo a trazo, forjaron la belleza de este lugar.
Cuando estaba a punto de caer la tarde, regresamos a la Plaza el Hedim para cumplir nuestro cometido de hacer algunas fotos a Bab el Mansour y a las murallas de la otrora sede del poderío de Moulay Ismail. Para nuestra mala suerte, justo frente a la puerta se había congregado una manifestación con la consecuente acumulación de vehículos, jajaja, ni modo, pensamos, la tercera será la vencida, y decidimos posponer la sesión de fotos para la mañana siguiente, cuando teníamos planeada la visita a la ciudad imperial.
Ya cansados, decidimos volver al hotel donde, tras una refrescante ducha, nos esperaba un “diffa” o banquete marroquí. Cuando por la tarde, antes de salir, nos preguntaron si queríamos cenar en el hotel y aceptamos, no teníamos ni idea de toda la comida con la que nos íbamos a encontrar, ¡vaya festín!
Como abreboca, aceitunas verdes y negras; luego un reconstituyente plato de harira, seguido de berenjenas, ensalada marroquí y unas lentejas que estaban espectaculares, todo acompañado de pan; a continuación, el plato fuerte: cuscús de pollo con vegetales cocidos; todo estaba tan finamente cocido que el pollo parecía deshacerse en la boca. Para finalizar, el postre: naranjas en almíbar con canela en polvo acompañadas de té de menta.
Todo estaba simplemente delicioso, aunque como podrán imaginar, era demasiado. No llegamos a comernos ni la mitad del cuscús, pero cada bocado que dimos, verdaderamente mereció la pena, jajaja.
El objetivo del sábado por la mañana era visitar el Mausoleo de Moulay Ismail y su ciudad amurallada. Recorrimos las calles de la medina, atravesamos la Plaza el Hedim y llegamos a Bab el Mansour, donde finalmente pudimos hacer las tan ansiadas fotos. 😉
Al terminar, cruzamos por una de las puertas de paso de la muralla y nos encontramos con unos jardines, calesas tiradas por caballos blancos (para los turistas, por supuesto) y unos metros más allá, con la entrada al mausoleo de Moulay Ismail, uno de los personajes más influyentes de la historia de Marruecos, quien dominó el país como pocos lo hicieron antes que él, con puño de hierro. En la puerta nos recibió un señor que con su sonrisa desdentada y aspecto afable, nos ofreció sus servicios como guía del sitio sagrado.
Al entrar sentí que mis sentidos se desbordaban, no sabía hacia dónde mirar, había tanto que ver; desde los mosaicos que finamente decoran el suelo, hasta el techo de cedro labrado, pasando por las fuentes de mármol y el exquisito tallado de las paredes.
Unos segundos más tarde, tras el impacto inicial, empecé a experimentar una sensación de tranquilidad y me dejé llevar por la luz tenue que iluminaba la sala, acaricié el susurro del agua que corría lentamente por la fuente, absorbí los matices de verde, azul y dorado que llenaban la estancia y dejé que mis ojos se embriagaran mansamente con las formas caprichosas que se tejían en la yesería de las paredes, en la madera del techo o en los mosaicos y tapices del suelo.
Ante tal experiencia, como es de esperar, el tiempo pasó volando y mientras salíamos lentamente del frescor y la sutil luz del mausoleo nuestros ojos se tropezaron de lleno con el implacable sol de mediodía magrebí. Como el tiempo es oro, y no gozábamos de mucho, tuvimos que salir rápidamente y continuar si queríamos ver todo lo que nos ofrecía Meknès, ya que teníamos billetes para partir hacia Tánger en el tren de las 17:00 hrs.
Dimos un rápido vistazo a una de las tiendas de artesanías frente al mausoleo, donde por supuesto, tuve que pasar por el fatigante proceso del regateo para salir con un bonito jarrón pagando poco menos de la mitad del precio original. Ufff, yo lo paso realmente mal regateando, no me gusta, pero en Marruecos, es como una danza tradicional que disfrutan bailando tanto comerciantes como clientes.
Unos metros más abajo entramos al Koubat Al Khayatine o Pabellón de Embajadores, donde el sultán recibía a los embajadores y emisarios extranjeros. Tras un vistazo rápido, pasamos a visitar una serie de pasadizos subterráneos que, de acuerdo con el morbo de los guías, era una prisión donde tenían a los esclavos cristianos que construyeron la ciudad de Moulay Ismail, pero que en realidad era un antiguo silo o almacén de alimentos.
El tramo final del paseo fue complicado. El último sitio a visitar eran los establos imperiales, la perla de las obras erigidas por Moulay Ismail y su favorita; una edificación colosal, con muros de más de tres metros de altura que permitían alojar en un ambiente fresco y limpio a los más de 12,000 caballos de la letal armada negra del sultán.
El problema es que no teníamos ni idea de cuán grande era la ciudad amurallada ni de que tendríamos que caminar unos 45 minutos bajo el sol (prácticamente no había sombra) para llegar a ellos. Al final, mereció la pena, los establos son impresionantes, y al entrar la temperatura desciende drásticamente. Esto se debe a sus paredes anchas y altas, y a que bajo el suelo tienen un sistema de canales de agua que refrescan el lugar. La parte más bonita, sin embargo, es la que aún no está restaurada, la cual forma una sucesión de arcos desnudos que entre la vegetación se extiende hasta donde se pierde la vista, dándonos una vaga idea del poderío que ostentó Moulay Ismail desde Meknès.
Y desde esta maravilla de la arquitectura nos despedimos de Meknès, hasta una siguiente visita y partimos rumbo a la ciudad portuaria de Tánger, última etapa de esta aventura marroquí.
Alejandro Raggio
Uy, me gustó, ¡Qué buenas las fotos!
Carlos Ho D.
Uy ahora comentás desde Facebook. Ahora veo tu cara en tus comentarios, j0j0j0.
Natalie Jurado
Gracias Ale!!!!!
Un abrazo 😉
Marta
Espectaculares fotos, y la descripción de cada lugar me hace imaginar que tambien estuve alli, Gracias Natalie y Carlos Victor por tan buenos reportajes !!!!!!!
Natalie Jurado
Gracias pro leer el blog Marta, y me encanta que te gusten las historias que narramos.
A ver cuándo se pasan por acá de nuevo y organizamos una visita a Marruecos 😉
Olda Maria Solanilla Jurado
Gracias por regalarnos a traves de vuestros ojos y vuestra imaginación tan hermoso reportaje.
Gracias hija, tienes el gen poético de los Jurado – Villalaz.
Un beso grande y felicidades.
Natalie Jurado
Hola mama, gracias a ti por tus palabras 😉
Un besote grande para ti también y espero que tengas oportunidad de leer todas las otras historias que hemos escrito, creo que también te gustarán.
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