Tradiciones panameñas: Las manos detrás de la máscara, parte II
Tradiciones panameñas: Las manos detrás de la máscara, parte II
En el interior de nuestro Panamá, el portal de una casa bien ubicada, es el lugar ideal para socializar, la mejor sala de exposiciones para un artista entusiasta o el sitio perfecto para establecer un taller de trabajo.
Así comprendemos como, tanto a José González (el maestro artesano protagonista de nuestra entrada anterior) como a Darío López, a cuya obra dedicamos estas palabras, los encontrásemos dando vida a su obra en el portal de sus casas.
De pie, junto a una mesa alta, con un molde de arcilla entre sus manos, nos recibió Darío López, maestro mascarero con más de cuarenta años de experiencia y espléndido anfitrión, que no dudó ni un segundo en hacernos partícipes de su historia y trabajo.
Su pasión por las máscaras le viene de su padre de quien aprendió el oficio, y junto al que desde muy pequeño consagró vida y empeño a esta profesión. Desde aquellos días han pasado 46 años, que le han valido múltiples premios y reconocimientos a nivel nacional e internacional, aunque según nos confesó, su mayor recompensa dista de la gloria personal.
Su gran logro es haber sabido transmitir ese amor por lo que hace a su linaje. Sus 8 hijos, 3 de sus nueras y su esposa colaboran con él en el negocio y muy orgullosamente narra cómo todos han estudiado y salido adelante gracias a este arte que lleva muy cerca de su corazón. Con solo oír sus palabras fui capaz de comprender todo el amor y orgullo que siente por lo que hace, por las tradiciones de su tierra y por su familia.
El proceso de creación de las máscaras, que requiere de mucha creatividad y maña, es similar al que presenciamos el día anterior: se crea un molde en arcilla, que se unta con vaselina antes de colocar el engrudo y las 5 capas de papel periódico (para facilitar la remoción del cascarón de la máscara), se pinta, se coloca una capa de esmalte, se deja secar al sol y, en uno, máximo dos días, se tiene lista una máscara para la venta.
Suena fácil, ¿no?, seguro que no lo es.
Lastimosamente los clientes habituales de Don Darío prácticamente habían vaciado sus reservas de máscaras el día que lo visitamos; pero las pocas que vimos nos dejaron claro que la fineza de su trabajo y su atención a los detalles son parte esencial de su éxito.
Antes mencioné que las tradiciones de su tierra le apasionan, así es que no es de sorprender que tenga su propio conjunto de danza de diablicos, para quienes confecciona no solo las máscaras sino también los vestidos, las cutarras y las castañuelas; y que conozca perfectamente los matices que diferencian a los personajes representados por las máscaras en cada región. De él aprendimos que una máscara diseñada para ser utilizada en Los Santos, no es igual a una que se use en Parita o en La Chorrera.
Nos contó también que en una máscara de diablico hecha de la manera tradicional los cachos y dientes no se hacen con hielo seco, sino que son parte del molde de arcilla, lo cual incrementa enormemente el valor y el costo de la misma.
Pequeños detalles como la posición de la lengua, el número de cachos o la longitud de las orejas de la máscara no se colocan de forma arbitraria, ni se modelan solo a gusto del artesano. No, cada detalle cuenta y tiene un significado que se debe respetar para guardar la tradición.
Con cada máscara, Darío López entrega un poquito de historia, de tradición, de su pasión; y ese creo es el secreto de su exitosa y prolífica carrera, por eso atrae a turistas y locales, por eso encontramos sus máscaras en distintas tiendas y comercios a lo largo y ancho de nuestro país y por eso ha recibido tantos premios y reconocimientos no solo nacionales sino también internacionales.
¿Qué les parece una visita a alguno de estos maestros mascareros? Aprender de su arte y pasión es una experiencia única, que desde el perro viajante recomendamos sin dudar.